Fotos: Blanca Berlín
Izquierda: tumba de Verdi, derecha: Villa Verdi, Busseto.
Existe en Italia una ruta cultural denominada “luoghi verdiani”, es decir, “lugares verdianos” y que, como su nombre indica, está dedicada al compositor Giuseppe Verdi. Aunque son muchas las agencias de turismo que ofrecen esta “ruta” aconsejo a mis lectores que lo intenten hacer por su cuenta en coche, procurando llegar en avión a Milán o Parma.
Mi ruta comienza en Milán, aunque también puede ser desde Parma. Desde la capital lombarda, la ruta verdiana se inicia al revés, es decir, con la visita a la “casa de reposo” que Verdi hizo construir para acoger a cantantes ya retirados y que alberga las tumbas del maestro y de su segunda mujer, Giuseppina Streponi, a quien algunos creen ver en ella la inspiradora de La Traviata. Verdi llamaba a esta residencia "La Casa de los Perros", porque estaba destinada a acoger a todos los que cantaron o "ladraron" sus óperas. Genio y figura hasta la sepultura.El Museo del Teatro alla Scala también alberga objetos muy emotivos del maestro. Y más de un fetichista “verdiano” se acerca al renovado Grand Hôtel Et De Milan, en via Manzoni, donde una placa recuerda que en el mismo murió el maestro. Meses antes, el 4 de diciembre, había dejado para siempre Villa Sant’Agata, ahora denominada “Villa Verdi”.
Teatro alla Scala.
Dicen que durante su agonía, los milaneses pasaban quedo por la calle, a la cual cubrieron de serrín para que los carruajes que circulaban por la misma no molestaran al Maestro. Pero los fans ya no pueden visitar “la habitación donde murió”, porque su mobiliario fue regalado por la dirección del Hotel a los herederos de Verdi, la familia Carrara Verdi. Ahora se exhiben en Villa Verdi.
De Milán a Busseto hay 73 kilómetros por la autopista que conduce a Bolonia. La salida más apropiada es Fidenza. Y desde aquí, por Soragna, llegar a Busseto. Refiriéndose a esta encantadora localidad parmesana, el escritor italiano Gustavo Marchesi escribió: “Es el único lugar turístico que permite llegar al fondo del alma de Verdi”.
La primera y obligada visita se sitúa en Roncole Verdi, antes de llegar a Busseto, donde se encuentra la casa natal de Verdi. Un humilde caserío, hoy remozado, en el que se conservan dos lápidas solamente, porque hubo un momento en que las autoridades del pueblo tuvieron que decir “basta”, pues llegaba una banda de cualquier lugar de Italia, interpretaba una marcha del maestro y colocaba una lápida. Ahora tocan y dejan una corona ante el busto, pero no hay lápida. Enfrente está la iglesia, modesta, donde Verdi aprendió a tocar el órgano, que se conserva también.
Busseto, como todo pueblo que se precie, tiene una calle mayor. Se llama via Roma. En la misma está la iglesia donde Verdi se casó, por vez primera, con Margherita Barezzi; y el “Salón Barezzi”, es decir, la casa de su suegro, al que le debía todo en la vida, según confesó en los últimos años, y a quien le hizo sufrir cuando se casó con la cantante Giuseppina Strepponi, piedra de escándalo para el pueblo. Ahora, el “Salón” es un pequeño museo abierto al público y su visita resulta muy recomendable. Verdi se instaló con Giuseppina en la Calle Mayor, es decir en la Via Roma, en el denominado Palacio Orlandi, muy cerca de la casa de su suegro. Muchos lo consideraron una provocación y tiraban piedras a las ventanas. Pero Verdi, impertérrito, seguía componiendo Rigoletto y esa maravillosa romanza de tenor “La donna é mobile”, para muchos “la romanza más famosa del mundo”. Los que solamente tararean “Un automóvil, dos automóviles...” ignoran que es la romanza más antifeminista del mundo. “La donna è mobile qual piuma al vento, muta d'accento e di pensiero...”, traducida al castellano vendría a decir: “la mujer es voluble como una pluma al viento, cambia de tono y de pensamiento... “
Izquierda: Casa natal. Roncole. Derecha: Oratorio SS Trinitá.
A Verdi la vida, en el terreno familiar, no le trató bien. Se casó, tuvo dos hijos y en el espacio de dos años perdió a los tres seres queridos. Y mientras sucedían las muertes, Verdi trabajaba en una ópera cómica que resultó un fracaso, Un giorno di regno. Antes había debutado con Oberto. Crítica y público pensaron que había madera en aquel joven “bussettano”. Y luego está el famoso episodio imposible de soslayar: deshecho, derrumbado, destrozado, Verdi malvive en Milán. Su orgullo le impide volver a su pueblo natal. Un empresario, Merelli, que cree en él, le introduce subrepticiamente en el bolsillo de su chaqueta el libretto de una ópera que no quería nadie: Nabucodonosor. Con este título, ¿quién iba a quererla? Llega a casa, descubre el libreto en el bolsillo y lo abandona displicente sobre la mesa. Se arroja agotado en una silla. El libreto ha quedado abierto y en sus ojos quedan plasmadas unas palabras: “Va', pensiero, sull'alidorate...”. Se acuesta con ese inicio de estrofa. De repente, se levanta y escribe unas notas: ha nacido un coro maravilloso para la posteridad. Un lamento patriótico para los pueblos irredentos... Concluye la ópera, se estrena y el éxito es clamoroso. Sigue trabajando, produciendo, “años de galera” los llama él. Además ha descubierto “el truco”. Incluye coros brillantes, con letras que expresan odio al tirano y deseo de libertad, que son acogidas con entusiasmo. Con Ernani se repetirá el éxito. El nacionalismo italiano juega a su favor... y su apellido también. Porque ¡Viva V.E.R.D.I.! no era más que el grito encubierto de los patrióticos monárquicos que reclamaban la unidad italiana y manifestaban su admiración por “Vittorio Emanuele Rey De Italia”. Con las cinco siglas surgía el acróstico VERDI. Y las primeras fueron vistas en Roma, la noche del 17 de febrero de 1859, tras el éxito de Un ballo in maschera, en el teatro Apolo de dicha ciudad, “eterna” para muchos. La ópera, bloqueada muchos meses por la censura, dado que el libreto recogía el asesinato de un rey francés, hubo de reformarse, y en vez de un monarca sería un gobernador de Boston, allende los Estados Unidos, la víctima por un asunto de faldas. La vida tiene sus ironías. Verdi soñaba -lo escribió- con Italia “una, libre y republicana” y terminó siendo un hombre clave y cifrado de las ilusiones monárquicas, y posteriormente diputado.
Verdi, tras su viudez, como ya se ha mencionado anteriormente, se unió a Giuseppina Strepponi, a quien ya había conocido interpretando su primera ópera en Milán. Una gran mujer la Strepponi, que dejó el canto por amor. Tenía un pasado borrascoso pero a Verdi eso no le importó. Las malas lenguas afirman que le inspiró el modelo de “Violeta”, la mujer libre y sin prejuicios, que los italianos llamaban “traviata”, denominación que no refleja exactamente esas virtudes. Cantante y madre soltera de dos hijos, sin haber pasado por la vicaría ni por el Registro Civil, al menos, se casaría con ella quince años más tarde... por lo civil, y en un pueblecito suizo, Coulenges-Sous-Saleve, porque todavía no existía eso que ahora llamamos "Italia". Ignoraba él que iba a poner la música.
Las murmuraciones le traían sin cuidado, pero la burguesía, la sociedad que le rodeaba, no le perdonó aquella provocación, presentándose en Busseto con su “amiga”. Y cuando la ciudad decidió construir el Teatro que lleva su nombre -coqueto, elegante y entrañable-, Verdi renunció al palco que le concedieron de por vida, en señal de desprecio.
Verdi, harto de sus paisanos, deja el pueblo y compra Villa Sant'Agata. El campesino que hay en él surge cuando se ocupa de sus tierras. En una carta le recuerda a su administrador que “en las tierras bien administradas, la paja y el forraje hay que hacerlos en casa y no gastar en comprarlos”. Y el campesino nato decía esto y una hora más tarde quizás, al piano, ponía unas notas musicales a un libreto que decía: “Ámami, Alfredo...”, una apasionada y desesperada llamada de amor. Estaba concluyendo La Traviata, cuyo primer acto lo había escrito de un tirón en Génova.
Izquierda: cartel Aida. Derecha: Retrato de Verdi de Giovanni Boldini.
Aquí también, en Sant'Agata, terminó El trovador... ¿Se puede pensar que la inspiración pueda venir en esas tierras del río Po? Cierto. Cuando cae la tarde, la niebla lo invade todo. Y los altos árboles que circundan las tierras cultivadas emergen como fantasmas. Dicen que en su jardín intuyó la atmósfera de Aida, y un biógrafo, Bruno Barilli, cuenta que paseando Verdi por Parma, al oír los gritos de un vendedor ambulante de alfarería, tomó notas en un minúsculo block y más tarde, esos gritos son los que escuchamos transformados en las invocaciones de los sacerdotes junto al Nilo. Verdi no fue jamás a Egipto, ni tan siquiera para el estreno de Aida en El Cairo, pero previamente pidió detalles del tamaño del coliseo para tenerlo en cuenta a la hora de contar con “el metal” en la orquesta. El campesino minucioso lo seguía siendo cuando se convertía en compositor.
El invierno es duro en esta tierra. Verdi lo sabía y por eso lo pasaba entre Génova y Milán, porque en Sant'Agata, donde vivió sus últimos treinta años, se moría de frío a pesar de que intentó por todos los medios implantar un rudimentario sistema de calefacción que todavía se conserva.
Transcurrían los años, y al no tener descendencia, la Strepponi propuso a Verdi adoptar a una niña, hija de un primo, llamada Filomena. Volvía a ser padre. De los hijos de Giuseppina nunca quiso saber nada. Verdi había perdido en su juventud, en el espacio de escasos años, a su primera mujer, Margarita Barezzi, y a sus dos hijos. Giuseppina ya no podía darle ningún hijo y la solución fue Filomena, que luego llamaron simplemente María y que terminó casándose con un hijo del notario Carrara, que vivía muy cerca, en Villa Paradiso. Así nació Alberto Carrara Verdi, que sería heredero de una gran fortuna, incluidos los derechos de autor de su abuelo, que duraron 90 años, como marca la ley en Italia. Y tras el hijo, el nieto, el biznieto y el tataranieto, que también era notario y que también se llamaba Alberto. Lo conocí y entrevisté en febrero de 1984. Luego supe que falleció el 6 de septiembre de 2001. Estuve con él con motivo del extraordinario éxito que alcanzó en nuestro país la serie "Verdi", dirigida por Renato Castellani, y rodada, en parte, en dicha mansión. Gracias a la mediación del tenor Carlo Bergonzi, con el que me unía una amistad de muchísimos años, pude acceder a la casa de Verdi, acompañado de Alberto Carrara Verdi, que en el invierno no vivía en la enorme mansión (Verdi tampoco: se iba a Génova). El descendiente de Verdi me contó que veraneaba en Mallorca y que su pasión era la pesca submarina. Coleccionaba conchas y corales y llegué a la conclusión de que no le gustaba la ópera.
En aquella visita pude campar a mis anchas por toda la casa. Para un apasionado y fetichista como yo, me pareció un sacrilegio que hubiera montado un scalextric para sus tres hijos, en el salón junto a la mesa de billar en la que jugaba el Maestro con sus amigos. Los salones aparecían fantasmales, con todo el mobiliario recubierto con fundas blancas. Alberto Carrara me confesó que se sintió muy molesto con el rodaje de la serie por aquellas estancias y es que, ya se sabe, lo que ocurre con los rodajes. De todos modos, me dejó un momento para atender a problemas de la casa y yo me entretuve, en el piano de Verdi, a desgranar torpemente unas notas de La Traviata, las del brindis "Libiamo..." Me imaginaba años atrás a Verdi componiendo el maravilloso brindis y preguntando a voz en grito a Giuseppina: "Ti piace?". ¡Y quién me iba a decir que 16 años más tarde este piano me iba a proporcionar una de las mayores intrigas de mi existencia! Sucedió con motivo de un reportaje que se iba a titular “La ruta de Verdi” y para el que me acompañaba la fotógrafa Blanca Berlín. Y llegados a este punto no puedo por menos que contar lo que nos sucedió aunque ello suponga un alto en el camino, pero quiero compartirlo con mis lectores mitómanos por lo que tuvo –y tiene para mí- de extraño y misterioso. Ocurrió el 31 de octubre del año 2000.
Una vez visto y fotografiado todo lo que en Busseto y Roncole Verdi se puede fotografiar nos dirigimos a Villa Sant'Agata, con los permisos oportunos para fotografiar las habitaciones que en la actualidad se muestran al visitante. No estaba Alberto Carrara Verdi, y la visita la hicimos acompañados por Giovanna Chiozza, una de las guías de Villa Verdi.
Resulta emocionante recorrer todas sus dependencias, con el mobiliario bien conservado. De nuevo volví a contemplar el piano, el famoso piano, pero esta vez, bajo la atenta y vigilante mirada de Giovanna, ni tan siquiera me atreví a acercarme al mismo. Ambos contemplábamos a Blanca Berlín llevando a cabo su trabajo. Llovía intensamente, y la fotógrafa se mostraba malhumorada por la ocasión fallida, pues los jardines son maravillosos. Albergan un estanque y una especie de cueva pétrea, donde Verdi almacenaba la nieve que después le servía para servir bebidas frescas a sus invitados en los meses de verano. Toda una mañana nos llevó la visita y la sesión fotográfica.
La noche del 14 de noviembre de 1897 moría en Villa Sant'Agata Giuseppina Strepponi. Este detalle lo ignoraba Blanca Berlín, cuando 103 años después, la noche del 14 de noviembre de 2000, se dedicaba, en la soledad de su estudio fotográfico, a elegir las diapositivas más logradas, obtenidas en Villa Sant'agata.
Izquierda: Palazzo Orlandi. Busseto. Derecha:Monumento a Verdi. Busseto.
Con su cuenta-hilos, a las dos de la madrugada, Blanca escudriñaba atentamente las cinco diapositivas que había obtenido en el dormitorio de Verdi que incluye un piano. Eran exactas, bueno, no tan exactas. En la segunda diapositiva, observó una mano sobre el teclado. ¿De dónde surgía aquella mano? se preguntó inquieta. En la siguiente no había nada, absolutamente nada. Volvió a examinar las anteriores. Nada. Sólo el piano y el teclado incólume. De repente, descubrió algo más en esa segunda diapositiva. La mano pertenecía a una figura humana que surge en pie, que sonríe, y se difumina en la pared. Parece tener gafas. En sus veinte años de oficio, Blanca Berlín no había sentido la inquietud que sintió aquella noche. No pudo resistir la soledad de su casa ni del estudio. Llamó a su ayudante y me llamó a mí. Acudimos. No hacemos más que comprobar lo mismo. ¿Quién es esa figura fantasmal que aparece en la fotografía? No creo en fantasmas ni en apariciones. ¿Era una broma? Blanca Berlín no estaba para bromas. ¿Una sobreimpresión? Acudimos al laboratorio “As Color”, donde habitualmente revelaba todos sus trabajos para que nos ayudaran a desvelar el "misterio", si realmente se trataba de algo misterioso. Nada pudieron aclarar. Lo mismo nos ocurriría meses más tarde en otros dos importantes laboratorios de Madrid.
Asumiendo el peligro de caer en lo ridículo, me puse en contacto con Cosetta Allegri, la responsable de la Oficina de Turismo de Busseto, y le conté lo que estaba ocurriendo con ese "fantasma", "aparición"... o sobreimpresión. Se interesó de inmediato y nos pidió que le enviáramos alguna copia en papel o la diapositiva. De paso, quizás para animarnos, me contó el extraño fenómeno que vivió en el año 1999 el famoso director de orquesta Carlo Maria Giulini, en el Teatro Verdi de Busseto. Lo visitaba y tuvo la curiosidad de asomarse a uno de los palcos tan coquetos y entrañables del Teatro que Verdi no quiso pisar jamás. Intentó abrir la puerta, pero no lo conseguía. Alguien desde su interior lo impedía. Forcejearon. Más tarde se abrió, y un viento gélido removió el ambiente. No había nadie.
Pasaron los días y recibí una llamada de Cosetta Allegri. Habían visto la diapositiva en casa de Verdi y sus descendientes no podían identificar aquel rostro. Pedían la diapositiva para que algún especialista en hechos paranormales la examinara, pero de todos modos les causaba risa. Desde el aeropuerto de Barajas, Attilio Carrini, responsable y guardián de Palazzo Orlandi, la mansión situada en Busseto y en la que vivieron Verdi y la Strepponi, me llamaba para que le mostrara la imagen del fantasma. Satisfice su curiosidad.
En Madrid, muestro la fotografía a una vidente, Fátima, no profesional. Tras examinar la foto, muy convencida me dijo: "No es un trucaje. Le diré más. Este hombre murió a los 42 años, en un accidente, lleva capa y fue un personaje notorio. Quizás era concertista. Y no me gusta esa sonrisa maquiavélica. Es un ser maligno. Blanca captó la concentración de energía en un solo momento".
En mi casa, repaso todos los libros de Verdi que poseo, las fotografías con personas que le acompañaron, los grabados y cuadros que cuelgan en sus diferentes moradas, en los museos... nada. Y cuando quiero razonar pensando que todo es una solemne majadería, trato de olvidar las cosas que me contaban los bussetanos, allá en la Osteria Baratta, tomando el vino trebbiano espumoso de la zona. Les mencioné un libro que tengo en mi poder, impreso en 1981, en Milán, por la famosa Editorial Rizzoli, titulado Quel delitto in Casa Verdi. Me aconsejan no citar ni por asomo dicho libro en Villa Sant'Agata. Es un libro tabú, aunque ahora se va a reeditar, dado que es imposible dar con ejemplar alguno. Su autor, el escritor Maurizio Chierici, reconstruye unos aspectos de la vida de Verdi ignorados para muchos. Tras el mito, hay un ser humano, a veces insoportable por su carácter, egoísta, cicatero con sus trabajadores en el campo, y patriota a la fuerza. Un libro que suscitó un escándalo en su aparición y que volverá a serlo ahora. Y en él se cuenta que un nieto de Verdi, Angiolo Carrara Verdi, mató accidentalmente a una sirvienta cuando limpiaba su escopeta de caza. Fue un penoso incidente. Lo malo es que años más tarde se averiguó que la muchacha estaba embarazada. ¿Por quién? Nunca se supo. Pero el médico no hizo la autopsia.
También se habla en el libro de un muchacho que fue el primer novio de Filomena, pero Giuseppina y Verdi tenían otros planes con su hija adoptiva - ¿fue realmente adoptada o era hija de Verdi? - y la casaron con el hijo del notario. Del muchacho se perdieron todas las trazas aunque algunos aseguran que vivió anónimamente en la región. Y se habló del "fantasma del joven desaparecido". En la prensa italiana se habló de una obra teatral estrenada en el Teatro Nuevo de Milán. Su autora era la escritora y periodista Gaja Servadio, autora asimismo de una biografía de la Strepponi, titulada Traviata. Pudo existir una "niña-fantasma", fruto de un parto de Giuseppina Strepponi. Gaya, leyendo una detallada biografía de Verdi a cargo de la biógrafa y musicóloga estadounidense Matz, se detuvo en el hecho de que una niña, identificada como Santa Strepponi, fuese abandonada en el torno del Hospital de Cremona el 14 de abril de 1851, siendo recogida por las Hermanas de la Caridad. Ni tan siquiera dejaron la media moneda rota, para años más tarde poder ser identificada por la madre, como era costumbre en aquellos tiempos. Ese mismo año de 1851, en primavera, fue cuando Verdi y la Strepponi decidieron ir a vivir a Sant'Agata. Para la autora, fue hija de Verdi. La historia es juzgada de rocambolesca, pero ahí está. La Strepponi ya tenía el mal hábito de dejar a sus hijos abandonados. Sinforosa fue abandonada y murió en un manicomio en 1925; Adelina, nacida en Trieste en 1841, de padre desconocido, fue abandonada también. ¿Y Santa? ¿Fue hija de Verdi? Se sabe que el maestro antes de morir quemó mucha correspondencia, y que todavía sus herederos conservan archivos que nadie ha podido investigar.
Si les tienta la idea de acercarse a Villa Verdi debo hacer una advertencia. Conozco a muchas personas que ya lo han hecho a lo largo de estos últimos 15 años y han preguntado por "il fantasma" al guía o a la guía de turno. Sonreirá y les dirá que todo es una fantasía. Y apurando más, es posible que una de las guías les aclare que las manos del fantasma son sus manos y que la figura que se perfila es la de un periodista español... que soy yo. En Busseto también se dice que la figura retratada es la de uno de la localidad que años atrás trabajó en Villa Verdi. Él mismo lo sostiene, pero no es verdad. No le vimos en nuestra visita y no trabajaba por aquellas fechas en la Villa. Un amigo mío, pronunció hace años una frase que ya vislumbro como una maldición: "Morirás sin saber quién es".
Tras este paréntesis “fantasmagórico” proseguimos la ruta por carreteras comarcales. Cerca de Villa Verdi discurre el río Ongina, y muy próximo está Vidalenzo, con su popular “osteria” que lleva el nombre del citado rio y donde se puede degustar el típico “pesce di gatto” y beber el vino “trebiano”. Aquí se hospedó la troupe cinematográfica de Novecento, de Bernardo Bertolucci. En sus alrededores se rodaron muchas secuencias.
Precisamente en una de las primeras escenas un hombre disfrazado de “Rigoletto” grita una y otra vez “¡Verdi è morto!”, secuencia que servía para arrancar una historia de la Italia del siglo pasado, feroz, cruel y magistral en la película citada. Sí, Verdi había muerto, pero los campesinos del film no parecían emocionarse mucho. Podía más en ellos la imagen del patrón, del dueño de la gran finca cercana a Busseto, que la imagen del mítico compositor de óperas, famoso en el mundo entero y gloria nacional.
Izquierda: placa dedicada a Stendhal. Parma. Derecha:Rocca de Fontanellato..
Después nos espera Samboseto, pueblo encantador, con su preciosa iglesia. Muy cerca está Diolo di Soragna. Es obligado detenerse ante la Torre que alberga el Museo Giovanni Guareschi, en el denominado “Centro del Boscaccio”.
Después surge Roccabianca, cerca del Po, que exhibe una magnífica plaza porticada. Sissa es el siguiente pueblo, maravilloso, tranquilo, con su correspondiente Castillo –en estas tierras a estas edificaciones mitad palacios mitad fortalezas las denominan Rocca- y mansiones de fin de siglo XIX, como Villa Scaramuzzi.
Camino de Colorno se pasa antes por San Nazzaro, con su obligada iglesia rompiendo el horizonte. A la llamada “Reggia de Colorno” se llega atravesando un puente empedrado sobre el Canal Lorno. La suntuosa y monumental residencia de los Farnesio, de los Borbones y de María Luisa de Parma, es llamada la “pequeña Versalles parmense”. Residencia de verano –está a catorce kilómetros de Parma-, sus fuentes, su jardín a la francesa y sus amplios salones, con sus llamativos frescos, la hacen acreedora a esta denominación. Actualmente es de propiedad pública y la restauración ha merecido la pena.
De nuevo en camino, presintiendo el Po, el gran Po. Recomiendan observarlo desde Sacca, porque en el pueblo hay un restaurante, “Stendhal”, que recuerda que el gran escritor francés venía por aquí, seguramente a contemplar el Po en el gran recodo que a estas alturas dibuja. En época invernal, su gran caudal de agua impresiona. Las grandes embarcaciones se suelen ver en aprietos con las corrientes.
De vuelta a Colorno, pero ahora evitando su paso, por una ruta secundaria que hace atravesar dos pueblos muy tranquilos, Torrile y Trescasali, se llega a San SecondoParmense y su famosa “Rocca de los Rossi”, que junto a la “Rocca MeliLupi” de Soragna y la “Rocca Sanvitale” de Fontanellato, configuran el triángulo de oro de esta región parmense y uno de los motivos esenciales del recorrido.
Los tres castillos no distan más de nueve kilómetros el uno del otro y la duración de las visitas depende del interés puesto en cada uno… Quizás la más llamativa y espectacular sea la Rocca de Fontanellato, con su estructura cuadrada y rodeada de una fosa de agua de casi tres metros de profundidad, que antiguamente la alimentaban arroyos naturales. El Castillo es famoso porque alberga la obra maestra de F. Mazzola, apodado “Il Parmigianino”, la salita de Diana y Acteón, una estancia decorada con el mito del joven que espiaba a Diana en su baño y se convierte en ciervo.
El recorrido termina en Parma. Íntima, fascinante, recoleta, entrañable… son los primeros adjetivos que se me ocurren cuando me refiero a Parma, la ciudad italiana que fuera antigua capital del Ducado que siglos atrás fuera español. Situada en el corazón de Italia, en la Emilia Romagna, y en medio de una de las grandes vías romanas, la famosa via Emilia, no es lugar frecuentado por el turismo de masas.
Pocas veces se habrá dado en una ciudad la coincidencia de artistas tan excepcionales como Antonio Allegri, llamado “El Correggio”, Antelami y el “Parmigianino”. El primero nos dejó esa maravilla de cuadro que es La Virgen de San Jerónimo. Francisco Mazzola, apodado “Parmigianino”, nos legó uno de los cuadros femeninos que han hecho famosa a Parma: La esclava turca, que se exhibe en la Galería Nacional, y que constituye la obra más significativa del manierismo del Cinquecento. El trío de damas se completa con el Retrato de Maria Luigia, duquesa de Parma, de Giovanni Battista Borghesi. Parma adora a esta mujer, a la que debe casi todo su esplendor. Hija del emperador de Austria y segunda mujer de Napoleón Bonaparte, llegó a ser desde 1816 a 1847 duquesa de Parma, Piacenza y Guastalla. El cuadro se encuentra también en la Galería Nacional, pero existe otro en el Museo Glauco Lombardi, lugar muy interesante y totalmente restaurado en 1999.
Parma es ya, de por sí, como ciudad, un museo al aire libre en el que todo está a mano. En el centro histórico, en la Plaza que alberga su Catedral y el increíble Baptisterio, tiene uno la sensación de que todo es un montaje, un decorado de cartón-piedra para una película histórica o de un film de Bertolucci. En esta ciudad el famoso cineasta italiano rodó La estrategia de la araña y Antes de la Revolución.
Es posible que en los meses de verano, al atardecer, cuando el sol cae y reverbera en los mármoles rosáceos, sea el momento más indicado para admirarla y amarla. Es posible que en invierno tenga otro encanto –yo la prefiero así- cuando la “foschía”, esa niebla casi volátil, lo invade todo y por las calles y callejuelas silenciosas cientos de bicicletas nos regatean, con ciclistas embozados en bufandas y cubiertos con gorros y viseras. Hace tiempo que dejaron de verse las boinas, que los italianos llaman “ilbasco”. Y los vascos, “txapela”.
Y tras admirar esta maravilla de plaza nos aguardan las divinas cúpulas de los dos edificios mencionados, el Baptisterio y el Duomo o Catedral.
De forma octogonal y revestido de mármol rosa de Verona, el Baptisterio es una de las joyas del arte medieval italiano. Fue proyectado por Benedetto Antelami, que dirigió también la construcción entre 1196 y 1216. Los frescos de la bóveda provocan en quien los contempla un inexplicable estremecimiento, ayudado todo ello por una lograda iluminación. El tema principal gira en torno al Bautismo de Cristo. El Baptisterio fue completamente restaurado, tanto en su interior como en el exterior, entre 1986 y 1992.
Conviene visitarlo, al igual que el Duomo después, nada más abrirse sus puertas o a la hora habitual del almuerzo de los turistas, para no encontrarnos con visitante alguno y poder sentarnos y dirigir la vista hacia arriba. Es entonces cuando nos llegará el éxtasis, el momento maravilloso.
Terminada la visión terrenal del Baptisterio nos aguarda el Duomo, soberbio ejemplo de arquitectura románica, modificada a instancias del propio Correggio, que además decoró su famosa cúpula. El tema principal es la Asunción de la Virgen, pintado entre 1526 y 1530. En el interior, entre otras maravillas, una obra maestra del citado Antellami: El Descendimiento. No tuvo suerte nuestro compatriota Leandro Fernández de Moratín, el autor de la famosa comedia El sí de las niñas, cuando visitó Parma en septiembre de 1793. Lo encontró todo en franca decadencia y degradación. Solamente los cuadros del Correggio le llegaron al alma. La restauración del monumento ha sido muy posterior, en los años noventa del siglo pasado con la financiación de Parmalat, cuando todavía la crisis no había estallado.
Muy cerca se encuentra una tercera cúpula, también del Correggio. Está en la iglesia de San Juan Evangelista. En su interior hay frescos del omnipresente Parmigiagino. En el monasterio anexo, una visita ineludible: la Biblioteca con sus bóvedas magníficamente decoradas. Contiguo a este conjunto, se halla la histórica “Farmacia de los monjes”, de obligada visita también.
En esta ciudad uno se encuentra con una raza particular de turistas, mitómanos y fetichistas, en su mayoría franceses, que portan en su mano o en su mente un ejemplar de La Cartuja de Parma, de su admirado Henry Beyle Gagnon, más conocido por su nombre artístico: Stendhal. Son los “stendhelianos”. En cuanto pisan Parma tratan de localizar inútilmente la Cartuja que da título a la obra porque ésta no existe en la realidad. Es un resumen de varias cartujas que existieron y que pasaron a mejor vida o a otros menesteres. El escritor Enrique Vila-Matas cuenta en su libro de relatos El viento ligero en Parma que en uno de sus viajes a la ciudad de las cúpulas decidió conocer la cartuja indicada en las guías turísticas y se encontró con “una anodina finca vallada donde instruyen a futuros policías de tráfico”. Al parecer, esta cartuja que recomiendan las guías y que está situada en la via Mantova, nunca la pisó Stendhal. Y los policías que de ella salen no van al infierno del tráfico, sino a instituciones penitenciarias.
Lo que se sabe, según el estudioso Antoine Adam, es que cerca de Parma, en su extrarradio, traspasando la puerta de San Michelle –hoy Plaza Vittorio Emanuele- existió una cartuja –la de Vicopo- que parece habría sido la que le sugirió al escritor el escenario de las aventuras de Fabricio del Dongo. Pero por conveniencias de la trama, la situó en la cercana localidad de Sacca, donde como digo anteriormente hay un restaurante muy famoso que lleva el nombre del escritor. Y es que el francés, puesto a inventar y confundir a los mitómanos, se inventó una torre, la “Torre Farnese”, desde la que su héroe divisa un imponente panorama. En Parma no existe ninguna “Torre Farnese” y difícilmente pudo divisar ningún panorama. Dicen que se inspiró en el Castell Sant’Angelo romano.
El escritor modenés Antonio Delfini, a quien siempre recordaré por su precioso relato El recuerdo de la vasca, sostenía que realmente la novela tenía que haberse desarrollado en Módena y no en Parma, pero el escritor no quería contrariar al Duque de Módena.
Evidentemente, no podía faltar en Parma un Hotel Stendhal, muy céntrico por cierto, pero curiosamente no hay monumento, calle ni plaza a él dedicados. Eso sí, en una estrecha y céntrica calle denominada Borgo P. Giordani, junto a una puerta de ingreso a los jardines públicos de San Paolo, existe una placa con la efigie del escritor y una inscripción que recuerda que por allí entraba Stendhal camino del monasterio de las benedictinas para admirar los cuadros de su adorado Correggio.
En su famoso Teatro Regio, de obligada visita, siguen teniendo gran importancia sus temporadas líricas. En Parma nació el gran director de orquesta Arturo Toscanini y la visita a su casa natal, convertida hoy en museo, resulta también muy interesante. Parma tiene también otros atractivos como la iglesia de Santa Maria della Steccata, el palacio de la Pilotta, en cuyo interior se encuentra el Museo Nacional, la Biblioteca Palatina y el maravilloso Teatro Farnese.